Les quiero compartir algo que escribí hace unos años desde Roma, en el 2010 mientras estaba de intercambio. Casi que ya me había olvidado de este texto, pero hoy revisando cosas lo encontré y al releerlo me conmoví y me di cuenta de que lo que sentí en aquel momento no cambió en absoluto.
Quizá sirva como una pequeña reflexión sobre una realidad que se mantiene vigente. Más que una crítica es una vuelta a la esencia, a lo que nos pertenece, a los sentimientos que no quiero que una circunstancia y menos, un Gobierno, me puedan robar.
ARGENTINA, mi casa
La Argentina es un pedazo
de tierra al sur del mundo. Una vez fue el lugar donde todos querían estar. Fue
el lugar que acogió la apuesta de tantos extranjeros que soñaban con un futuro
mejor. Fue en ese mismo lugar olvidado, donde los suelos florecían, la industria
fluía, la clase media crecía, los trenes recorrían los extensos campos…
La educación del mismo
modo prometía un futuro. Escuelas llenas de blancos guardapolvos, profesores con
sed de enseñar a esos pequeñas mentes, los principios básicos para un futuro
mejor. Los niños imaginándose crecer en un país verde, sano, amado, fuerte…
Ese lugar del que hablo,
hoy es el mismo que el de antes. Sigue estando lejos, quizá, para algunos, en
el fin del mundo. Sigue teniendo campos verdes, montañas, mar, ganado,
vegetación, nieve, gente con potencial.
Pero el potencial se va.
Esos corazones y esas mentes iluminadas abandonan su tierra en busca de un
destino. Es lógico, todos soñamos con ver el fruto de nuestros años de estudio
y dedicación. Pero la Argentina llora. La lluvia no es más que el llanto de
nuestro país.
Hoy en manos de la corrupción. En manos de un
gobierno que no busca más que su propio bienestar económico. Hoy que el pueblo
fue olvidado. Hoy que la clase media se derrumbó sustituyéndose por grandes
aglomerados de desesperados, que han perdido la sed de desarrollo personal y
han olvidado, o simplemente, no conocen lo que es la dedicación y la apuesta a
una mejor calidad de vida a un país, porque no conocen el éxito y nadie les
muestra el camino de la pasión por la cultura y el saber.
Hoy, entonces, las
mentes más capacitadas profesional- e intelectualmente huyen al norte, al este
o al oeste… pero se alejan. Las otras mentes que aquí quedan, las de la vieja
escuela, esas que décadas atrás, sentadas de blanco en un pequeño pupitre miraban
por la ventana e imaginaban el mundo correr hacia adelante. Esas, en su mayoría
siguen aquí, en el sur. Siguen peleando por sus familias, pero son corazones
desilusionados porque ante sus ojos un país se derrumbó. Ven crecer a sus hijos
y los ven partir con la educación bajo sus brazos y con los ojos ansiosos de
conquista.
Pero hay más, hay muchas
más mentes brillantes aquí. Hay más potencial. Pero ese potencial fue secuestrado
y corrompido por el poder de las drogas. La gente se volvió esclava del poder
de sustancias. Los ciudadanos que tanto habían luchado por la democracia y la
libertad, hoy se despojan de su individualidad y se trasforman en sirvientes de
mafias y narcotraficantes. Ya no les interesa la política, la economía, la
industria… Son prisioneros, viven hacinados en grandes “urbanizaciones” de
chapa, conglomerados que crecen a paso agigantado.
Los políticos, con los
ojos cubiertos con vendas, hablando y hablando. Hablando sin sentido, con eso,
que no les permite mirar a su pueblo a los ojos y decirles: “¡Los voy a
liberar!”.
Y el hambre crece, la
delincuencia se apodera de la libertad de aquellos que no consumen drogas, pero
que también son esclavos de la situación social, teniendo que vivir en barrios
vigilados, saliendo a la mañana de sus casas sin saber si a la noche volverán a
cenar con sus familias.
Yo apuesto al país,
apuesto a que este país del sur que tanto floreció alguna vez va a volver.
Apuesto por él porque me vio nacer, amo sus costumbres, su tradición, su olor.
Pero es hora de que alguien le quite esa venda
a los políticos, que de una vez por todas, alguien mire a su pueblo
francamente, y, efectivamente lo libere.
Desde el viejo mundo, y más
precisamente desde Italia, origen de tantos de nosotros, argentinos, miro el
atlántico y extraño. Pero no extraño a la política ni a las instituciones,
extraño el olor a pasto, extraño la esperanza de creer que algún día desde este
lado, nos vuelvan a mirar como lo que fuimos. Soy joven y tengo hambre de
libertad. Voy a luchar por esa libertad perdida, voy a luchar por que de una
vez por todas, la riqueza estancada que nuestra tierra nos ofrece, vuelva a
cautivar al mundo y, principalmente, a los ojos abandonados de la generación
esclava.
Las fotos son de un gran artista, Pablo Cocito. (Pueden chusmear su web: www.pablococito.com).
Peace!